Con los paraguas cerrados y goteando, entramos con prisa en la pequeña sala de espera dejando atrás la lluvia y el estrecho callejón. Inmediata y casi imperceptiblemente, nos sentimos envueltas en el evocativo olor a incienso —el aroma de la sanación.
Uno de los aspectos más maravillosos de mi trabajo como consultora de estrategia independiente es precisamente la oportunidad de conocer íntimamente, ver, oír y tocar los proyectos de la gente con todos mis sentidos. Les ayudo a dibujar un mapa estratégico personalizado y un plan de acción para su idea, organización o empresa. Por eso estábamos mi cliente y yo ese día de lluvia en una acogedora sala de espera, envueltas en una fragancia dulce de madera.
Mi cliente quiere abrir una pequeña empresa para ofrecer servicios de salud en Barcelona y está haciéndolo ella misma como creadora, inversora y trabajadora única. La estoy ayudando a dibujar el mapa que necesita para llegar a buen puerto. Está emocionada, asustada y muy ilusionada.
Como es la primera vez que se embarca en este tipo de aventura, pensé que le ayudaría hablar con alguien que tiene un negocio bastante similar en tamaño y contenido para dar forma a sus ideas, pero lo suficientemente diferente como para que a esa persona no le preocupara que copiáramos su modelo.
Conocía la empresa apropiada en una ciudad cercana. Con mi red de contactos, encontré un colega que conocía personalmente al propietario y se ofreció a llamarle y pedirle que nos abriera las puertas a mi cliente y a mí y nos hablara de su experiencia.
Nos invitó a su local un viernes por la tarde. Y aquí comienza la historia.
En la puerta nos recibió el propietario, llamémosle Julián,